Moisés, confidente del Altísimo,
se demora en la audiencia sinaítica:
Aarón y la cúpula levítica,
preocupados dirán: "Tarda muchísimo".
El pueblo, casi siempre pacientísimo,
comienza a murmurar y en agria crítica
descalifica a la figura mítica,
por tardar y tardar, tardar tantísimo.
Por fin, cortados con Yahvé los lazos,
fabrican prestos un Becerro de oro
y a pesar de levíticos rechazos,
le ofrecen sacrificios sin decoro,
cuando, con el decálogo en los brazos,
Moisés aparece por el foro,
y al ver la idolatría de sus chicos,
furioso como un toro,
las Tablas de la Ley rompe en añicos.
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