Todo el mundo en Betania conocía
qué fue de aquellos que Jesús honrara:
Marta, la mercurial, la que no para,
con un rico epulón se casaría;
de la dulce, la mística María,
que en lechos de lujuria retozara
y los pies del maestro embalsamara,
se sabe que montó una mancebía;
y Lázaro, una vez resucitado,
siguió al Rabí con acendrado celo
hasta mirarlo en una Cruz clavado,
desde entonces, jamás halló consuelo:
vagó, vagó, vagó desesperado,
y lo hallaron colgando de un ciruelo.
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