A punto estaba el húmedo Patriarca
de cerrar ya la última escotilla,
cumplida la inspección de toda el Arca,
de estribor a babor, de popa a quilla,
cuando vio aproximarse una pareja
de enormes dinosaurios, más que extremos,
que gemían con voz de comadreja.
"Espéranos, Noé, deja que entremos".
"Lo siento, camaradas"-dijo el Santo-
pero aquí ya no cabe ni un cabello;
comprendo vuestro apuro y vuestro llanto,
pero llegasteis tarde...Aparte de ello,
por mucho diluviar, no será tanto
que a vosotros os llegue el agua al cuello".
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